En una ocasión Capablanca y el Gran maestro yugoeslavo Milan Vidmar dejaron una partida suspendida para terminarla al día siguiente. Vidmar había analizado que su posición estaba perdida, pero no había querido sellar su rendición para comprobar su hipótesis jugando unas cuantas movidas más. Parece que los jugadores trataron de hablar mientras salían del salón, pero el francés era el único idioma común entre ambos y ninguno de los dos era muy fluido en él. Vidmar le dijo a Capablanca que pensaba que su posición era mala. Al día siguiente, cuando se reanudó la partida, Capablanca no se había presentado. La jugada sellada de Vidmar fue jugada y el reloj de Capablanca se puso a correr. Mientras, Vidmar se puso a observar otros juegos. Varios minutos después el árbitro se acercó a Vidmar y le dijo que Capablanca aún no había llegado, pero Vidmar le respondió que aún tenía tiempo suficiente para jugar bien el final que se avecinaba. Luego el árbitro se acercó a Vidmar, pero esta vez más preocupado pues le quedaban muy pocos minutos a Capablanca y aún no se presentaba. Vidmar entonces comenzó a pensar que tal vez al despedirse de Capablanca éste interpretó que al hacerle el comentario sobre su partida, él habría sellado su movida rindiéndose. Lo que sucedió entonces, fue que faltando poquísimos segundos para que se cayera la aguja de Capablanca, Vidmar se acercó al tablero y acostó su rey, indicando su rendición, evitando que el campeón mundial perdiera la partida por tiempo. Capablanca llegó más tarde, sorprendido de que su partida estuviera jugándose, pero al acercarse al tablero sonrió con satisfacción al ver el rey acostado de Vidmar.